"Educación e integración humana"
FORUM PANAMERICANO
LA IDENTIDAD NACIONAL A TRAVES DE LA MUSICA DE TRADICION ORAL,
LA CREACION Y LA EDUCACION MUSICAL
organizado por el Consejo Argentino de la Música
28 de Agosto al 1 de Septiembre de 2001
PONENCIA PARA LA MESA
REDONDA SOBRE EDUCACION MUSICAL
por María del Carmen Aguilar
Desarrollo mi actividad profesional como cantante y asistente
de dirección en el Estudio Coral de Buenos Aires, con
el cual canto repertorio coral de todos los tiempos, y soy
docente: trabajo en la formación técnica -en
lectoescritura, armonía y análisis musical-
de instrumentistas y cantantes que se dedican tanto a la música
clásica como popular. En la Universidad de Buenos Aires
he estado a cargo de cátedras de análisis musical
para estudiantes de artes y ofrezco regularmente cursos y
talleres de perfeccionamiento para instrumentistas, directores
de coro y profesores de música de escuelas, conservatorios
y universidades. Es decir, que mi actividad me pone en contacto
con estudiantes y profesionales de la música de diversos
ámbitos y me permite observar que, si bien las problemáticas
que afrontan tienen connotaciones específicas, comparten
algunas características importantes, que expondré
brevemente en estas reflexiones.
Los problemas básicos que he detectado tanto en instrumentistas como en docentes, consisten en la dificultad para integrar conocimientos y en la falta de auto-confianza. Los ejecutantes sienten una escisión entre la práctica musical y la teoría que debería explicarla, que les genera inseguridad, desalienta vocaciones y obliga a los que persisten a invertir mucho trabajo en prácticas que no los conducen a apropiarse de las obras que tocan e independizarse en sus decisiones interpretativas. Su formación suele estar centrada en la práctica instrumental y, si bien se ha extendido el uso del término "audioperceptiva", cuando las asignaturas como lectoescritura, armonía, contrapunto, análisis y composición se enseñan desde la teoría, no acompañan el desarrollo perceptivo de los alumnos y éstos encuentran difícil integrar a la práctica los elementos teóricos de su formación musical general.
La misma falta de auto- confianza e integración se observa en los educadores musicales. Su formación suele centrarse en la didáctica y descuidar los aspectos expresivos, como si la música consistiera en un simple conjunto de conocimientos a transmitir y no una actividad integral que compromete al ser humano en todos sus aspectos: corporal, emocional, intelectual, afectivo, intuitivo y espiritual. Tanto para los educadores como para los ejecutantes, la actividad musical, que podría constituir un camino privilegiado para la integración del ser humano, se transforma en una práctica alienada y en fuente de frustraciones.
Dos posturas que caracterizan a nuestra educación podrían considerarse como fuentes de estos problemas: la concepción vertical de la enseñanza y la dificultad para ponerse en el lugar del otro. La educación (no sólo la musical) está concebida como un proceso en el cual alguien que sabe debe enseñar al que no sabe. Los dos polos del eje están aislados y no se produce la necesaria retroalimentación que aportaría un enriquecimiento mutuo:
- el que enseña, encerrado en el
lugar del saber, necesita defender su lugar de autoridad
aunque se sienta inseguro; esto limita su crecimiento porque
le impide aprovechar los nuevos datos, tanto los que vienen
de afuera como los que surgen de su propio cuerpo, sus emociones,
sus afectos, su intuición y su espiritualidad. Circunscribe
su tarea al ámbito mental -que su conciencia aparentemente
domina- y restringe su actividad musical integradora; su
enseñanza ya no consiste en la transmisión
de los secretos de un oficio y se le hace imperioso buscar
recetas que pueda aplicar con éxito en su próxima
clase;
- como contrapartida, el que aprende es el que no sabe. El alumno siente que su saber no tiene valor y que lo que aprende no lo alimenta, desconfía de su intuición, se ve confrontado con ideales inalcanzables y se desalienta. O, si es suficientemente fuerte, decide que sólo la intuición le permitirá hacer música y se cierra al aprendizaje.
Creo que la educación necesita de un cambio fundamental de enfoque y comenzar a ser concebida como una relación oblicua y retroalimentada entre maestro y alumno. Esto implica acompañar y guiar al alumno en su doble proceso de descubrimiento: de la música como lenguaje y de sí mismo como activo generador de procesos perceptivos y acciones musicales. Tomando como punto de partida el cúmulo de conocimientos que los alumnos poseen por el simple hecho de pertenecer a una cultura, todo aquello que conocen y que se deja afuera puede ser aprovechado, permitiendo además que se enseñen entre ellos y compartan sus descubrimientos con sus compañeros y profesores en un proceso de enriquecimiento mutuo.
Este cambio de actitud implica una reflexión sobre el educador. Este no sólo está acosado por exigencias de cambios de planes de estudio y superpoblación estudiantil, por no mencionar sus bajísimos salarios, sino que, fundamentalmente, por formar parte de la estructura vertical que se ha descripto, ve menoscabada su auto-conciencia de músico. En mis talleres para docentes he observado que lo que profundamente necesitan es recuperar su autoestima como músicos: sentirse músicos que tienen a su disposición un lenguaje para canalizar su creatividad y expresión y a partir de este acto creativo, reflexionar e integrar conocimientos.
Desde este lugar del músico, tanto para el que enseña como para el que aprende, cada acción, cada ejercicio, cada momento de estudio lo integra como ser humano. La práctica es una herramienta de integración, se puede escuchar al cuerpo, atender a las emociones y los afectos y dejarse guiar por la intuición y también se puede escuchar al otro e intercambiar y compartir actitudes y conocimientos. En este marco la teoría surge como reflexión necesaria desde la práctica y permite a la mente integrarse a la acción.
El otro aspecto del problema, la dificultad para ponerse en el lugar del otro está estrechamente ligado con el anterior. El docente necesita saber con quién trabaja -cuáles son sus conocimientos, su actitud perceptiva, sus miedos, su visión del mundo- para poder acompañarlo en su proceso de crecimiento. Si realmente puede ponerse en el lugar del alumno y pensar como él, obtendrá preciosos datos sobre lo que ese alumno necesita para crecer y obtendrá, además, su respeto sin necesidad de imposiciones autoritarias. El que se siente valorado, valora y se dispone interiormente a hacer su aporte al trabajo conjunto.
Esta actitud no sólo se aplica a la educación musical formal sino también al rol del músico como agente de crecimiento comunitario. Cada músico tiene una responsabilidad con su comunidad, un rol docente como intermediario o canalizador de las necesidades expresivas de su entorno. Si ha aprendido a ponerse en el lugar del otro y sabe detectar el nivel de conocimientos y las potencialidades de los sujetos con los que trabaja, sus coros, bandas, conjuntos, murgas y grupos de danza se convertirán en verdaderos polos de desarrollo musical comunitario.
La educación es una relación
entre personas y las instituciones educativas deberían
facilitar estas relaciones, enmarcándolas pero no obstaculizándolas.
Una reflexión profunda sobre la estructura de las instituciones
permitiría cambiar paulatinamente el modelo vertical
de educación -que desperdicia el potencial de las personas
involucradas- y transformarlo en un modelo más democrático
y creativo, que enseñe con el ejemplo, con la práctica
misma, a ponerse en el lugar del otro, a reconocer y compartir
conocimientos y a valorizar al ser humano integrado.